27 de diciembre de 2013

1 Sóy solo una llama...


Holaaaaa!!^^ Aquí os traigo el primer capítulo de La Señora de la Nube Negra.
Espero que os guste.


''Del Odio al Amor sólo hay un paso''

1


Aquel día el cielo amaneció totalmente nublado. Se podía ver desde la ventana como las nubes cubrían los pisos y altos rascacielos de Madrid. 
Incluido el nuestro.
Cuando me despejé estaba todo a oscuras, lo que indicaba que Azael aún no había regresado. En seguida lo recordé todo. Aquella noche tuve un sueño muy extraño.
En ese momento, una cerilla mucho más grande, con una amenazante llama negra, se abalanzaba sobre ella. La pequeña llama resistía, pero en un momento de debilidad quedó consumida por la llama mayor. Fue entonces cuando desperté, sin entender nada.
Cada vez estaba más preocupada. Desde hacía una semana todas las noches tenía el mismo sueño, y no podía compartirlo con nadie. Azael regresaba hoy de Italia, lugar que visitaba con frecuencia. Yo nunca entendía el motivo de sus viajes, pero siempre me prometía que regresaría. Aquella vez me hacía más ilusión que cualquier otra, pues era el día de mi cumpleaños, y quería celebrarlo, por así decirlo, con lo único que me quedaba en el mundo.
Azael y yo vivíamos en un piso a las afueras de Madrid, desde dónde sólo llegaba a alcanzar a ver los rascacielos. Muchas veces soñaba con salir volando por la ventana, hacia el cielo, lo más alto posible, y alejarme de todo. Todo. Lo único por lo que seguía allí era por él.
Decidí bajar a desayunar y de camino, esperarlo en la cocina. No creía que tardara mucho más. Normalmente volvía antes de que yo despertara, así que ya estaba al caer.
Como estaba todo a oscuras, decidí encender la luz y no tropezarme. Chasqueé los dedos en dirección a la lámpara del techo e instantaneamente se encendió. No sabía muy bien como lo hacía, pero había descubierto, hace unos años, que si chasqueaba los dedos y me centraba en una luz en concreto, podía encenderla. También podía, y esto era lo más extraño, crear fuego siguiendo el mismo procedimiento.
Lo descubrí hace un par de años. Al ser especialista en meterme en líos, huía de una grupo de moteros que querían mi cabeza. Me tuve que meter en un callejón sin salida y, curiosamente, estaba lloviendo.
Empapada y cansada, me recosté en una esquina, al lado de unos contenedores de basura. Ya oía a los moteros con sus pistolas cuando, como por instinto, chasqueé los dedos y una pequeña llama roja apareció ante mí. Al principio no supe como reaccionar, pero al ver que la llama no se apagaba y parecía mirarme, decidí darle una oportunidad.
Puse los cubos de basura de forma que tapara el callejón y me oculté al final de la calle. Mandé a la llama que incendiara los cubos y, de repente, pude oír como los moteros salían atemorizados en la otra dirección.
Y me fije en una cosa que hoy en día me doy cuenta: tras esa experiencia aterradora y al volver a casa, volví a encender la llama, y esta vez, en vez de ser de color cobriza era roja, a más no poder. Yo no entendía aquello, y solo muy pocas veces había conseguido encender una llama cobriza. Normalmente era en lugares abiertos y cuando estaba en peligro. Solo así, la llama no cambiaba de color, y me salvaba.
La llama no volvió; se extinguió y, de alguna manera, me salvó la vida.
Increiblemente, eso lo creé yo, y puedo seguir haciéndolo siempre que quiero. No es que lo hiciera muy a menudo, pero había momentos en los que, si no me veía nadie, hacía aparecer una pequeña llama que me obedecía. Calentaba agua, encendía velas, etc.
Curiosamente nunca se lo había contado a mi hermano, ni lo había hecho delante suya. Pensaba que era mejor que no supiera nada.
Cuando estuve lista bajé a la cocina; llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta verde que me encantaba. Supongo que sería porque era del color de mis ojos, verde brillantes, como los de una piedra preciosa. Al principio me sentía incómoda, cuando todos me miraban al ver que ese color no era demasiado particular, pero te llegas a acostumbrar y a veces sirve para intimidar.
Me arreglé como pude los mechones oscuros y rizados con una coleta baja mientras bajaba por las escaleras.
Cuando llegué cogí lo primero que había en la nevera y me senté. Estaba somnolienta y además no tenía ganas de hacerme un buen desayuno.
Tras un rato removiendo el tazón de leche, un fuerte claxonazo casi hace que se me caiga todo al suelo. Salté de la silla y miré por la ventana, emocionada. El coche de Azael, un BMW Z4 plateado acababa de aparcar enfrente de la casa y me saludaba con una mano. Yo le respondí y salí con un paraguas para que no se mojara, ya que el tiempo inesperadamente había cambiado de nublado a torrencial.
La gabardina roja apenas le protegía y me agradeció mucho el gesto, pues iba muy cargado de paquetes y no podía sostenrse. Me llené de barro las Vans falsas pero no me importó; me encantaba ensuciarme.
Llegamos a la casa con esfuerzo, jadeantes pero felices.
Le ayudé a dejar las cajas sobre la mesa y después cayó exhausto sobre el sofá.
Me senté a su lado y por fín pudimos hablar.

-¿Qué tal las cosas por Venecia?-le pregunté.
-Regulares, pero al menos allí no llueve tanto.
Le cogí la gabardina y la llevé al lavadero mientras nos reíamos de su comentario. Siempre que venía de alguno de sus viajes llegaba molido, y me tocaba hacer de madre.
¿Me pregunto cómo sería eso de tener una madre?
De camino oí que me gritaba.
-¿No quiere la cumpleañera saber su regalo?
En ese momento solté una carcajada sorprendida.
Dejé la gabardina en un rincón perdido y volví corriendo al salón.
¿Qué sería? Pocas veces me traía regalos, y este fue un detalle que le agradecí mucho. Supuse que estaría entre una de las decenas de cajas que traía, por eso al llegar me lancé directa a intentar averiguar cuál era.
Mi hermano me miraba burlón con sus grandes ojos grises. Llevaba los brazos detrás de la espalda, y corrí hacia él. Se había levantado y dispuesto enfrente mía, lo que no sospechaba era que lo tiraría con fuerza. Con gesto sorprendido utilizó sus rápidos reflejos. Caímos los dos riendo sobre el sillón y casualmente una pequeña caja decorada llegó a mis manos.
Le miré dubitativa y con gesto esperanzado mientras me quitaba de encima suya. Me dirigió una sonrisa y después dijo:
-Anda ábrelo, si lo estás deseando.
Le desordené el pelo rubio con gesto cariñoso y después me lancé a abrirlo.
Azael era muy guapo, supongo que porque se parecería a mí, y aunque fueramos muy diferentes en el fondo éramos hermanos y algunas cosas sí que las había heredado: los labios, esa nariz que no llega a ser achatada, su pronunciada barbilla... mientras que yo era morena y no demasiado alta, aunque tampoco baja, Azael era altísimo y rubio, pero no demasiado, lo que me encantaba. A pesar de que atraía miradas, casi nunca había visto a Azael con una chica por el piso. Supongo que en eso seríamos iguales.
Azael había sido durante estos últimos once años como un padre para mí, desde que papá y mamá murieran en un accidente de coche. Yo tenía seis cuando ocurrió aquello, por lo que apenas tenía un recuerdo suyo, pero suponía que éramos una familia feliz, como cualquiera.
Ojalá.
Tras el papel de envoltorio se hallaba una pequeña caja negra. Me dió buenas vibraciones y al abrirla lo confirmé.
-¿Qué es?-Es lo único que pude preguntar. Estaba atónita. Nunca había visto nada parecido en mi vida.
En la caja se encontraba una concha roja, con un extraño brillo que me resultó intrigante. La miré por todos lados intentando averiguar para qué serviría.
En un instante en que miré a mi hermano se le notaba nervioso, pero a la vez como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
Ahora sí que no encajaba nada ¿Para qué demonios quiero yo una concha roja? Me hubiera apetecido más un Ipad, la verdad.
Mi hermano, embobado en sus pensamientos, al ver que le miraba interrogante me lo explicó.
-Vale, no tienes ni idea. Antes de nada,¿ves esa caja del suelo? Tráela y ábrela, a ver si ya lo adivinas.
Hice lo que me mandó y momentos después ya estaba sosteniendo una especie de bastón delicado al que le faltaba una pieza. El bastón o cetro era alto y delgado, y me llegaría a la altura del pecho, de una especie de color azulado casi cristalino, muy intrigante. Tenía tallada una especie de inscripción en espiral a lo largo del cuerpo.
instantáneamente encajé mis pensamientos y puse la concha en su lugar. Una extraña luz roja empezó a emanar del cetro decorado, que hasta entonces me había parecido muy vulgar. Sin embargo, podía sentir que dentro encerraba un poder, algo muy extraño, pues en nuestra casa pocas veces sucedían cosas extrañas.
Entre aterrada y maravillada, fijé mi vista con los ojos muy abiertos a mi hermano, que se disponía a explicarme su historia.
-Esto que tienes en tus manos, Jade, es el cetro de Kerián. Lo he reservado durante todo este tiempo hasta que fuera el momento oportuno.
>>Ese día ya ha llegado. Ahora es tuyo, y nunca dejes que nada ni nadie te lo arrebate.
-Espera...-tenía que ordenar mis ideas. Parecía como si me estuviera contando una historia para antes de dormir. Demasiado ficticia para mi gusto.-¿Me puedes explicar quién es Kerián? ¿Y para qué sirve esto?
-No soy la persona ni es el momento de contártelo. Además, pronto averiguarás para que sirve.
-Esto es mucho más extraño que lo de las llamas...-susurré para mí, sin embargo había sido en un tono demasiado fuerte como para que lo oyera Azael.
Se quedó paralizado un momento, con los ojos en señal de no poder creérselo y un gesto que no pude explicar en su cara.
-¿Qué es lo que has dicho?-me preguntó en tono amenazante, una voz ronca y peligrosa, aunque más que una pregunta parecía una afirmación.
Yo, dubitativa y perdida, me puse a la defensiva. No me gustaba tener que discutir con él, pero no iba a dejar que descubriera mi secreto. Me tomaría por loca o algo así.
-¡Nada! No he dicho nada, he dicho que esto es más extraño que... eso.
Señalé una de las cajas medio abiertas que estaban sobre la mesa. De ella un montón de papelajos que no pude leer asomaban desordenados.
Él me miró, y pude adivinar que pensaba: ¿Crees que soy tonto, Jade? O algo por el estilo. Se rindió antes de que pudiera decir nada más y salió escaleras arriba para cambiarse, pues estaba empapado.
Me quedé allí, con el cetro de Kerián entre mis manos y muchas dudas a las que no podía dar solución. Parecía que en mi extraño mundo no podía haber alguna lógica. ¿Quién sería Kerián? Me sonaba mucho su nombre, pero no llegaba a recordar de qué.
 De todos modos, no me faltaba mucho para averiguarlo.



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